Los
primeros años de vida son un período en que la mayoría de niños ganan peso y
crecen mucho más deprisa que durante el resto de sus vidas. De todos modos, a
veces los bebés y los niños no crecen como cabría esperar. Aunque la mayoría de
esos niños siguen patrones de crecimiento que pueden considerarse variaciones
dentro de la normalidad, otros presentan un "retraso del
crecimiento".
Este
es un diagnóstico muy general, con muchas causas posibles. No obstante, lo que
es común a todos los casos es que el bebé o el niño no ganan peso como cabría
esperar según los patrones que definen la normalidad, lo que a menudo va
acompañado de un escaso aumento de la estatura. El tratamiento de un niño
diagnosticado de retraso del crecimiento dependerá del problema que lo esté
provocando. Una vez identificado este último, el personal sanitario y la
familia trabajarán conjuntamente para conseguir que el niño desarrolle un
patrón de crecimiento saludable.
¿Qué entendemos por “retraso del crecimiento o fallo de
medro”?
Aunque
hace más de un siglo que se identificó el retraso del crecimiento, no
disponemos de ninguna definición precisa del mismo, en parte porque describe un
estado o cuadro clínico, más que una enfermedad concreta. Los niños con retraso
del crecimiento no reciben o no son capaces de ingerir, retener o utilizar las
calorías necesarias para ganar peso y crecer como
cabría esperar.
La
mayoría de diagnósticos de retraso del crecimiento se hacen en lactantes o
niños de entre uno y tres años -durante los primeros años de vida-, un período
crucial para el desarrollo físico y mental. Tras el nacimiento, el cerebro de
una persona crece tanto en un año tanto como crecerá durante el resto de su
vida. Una alimentación inadecuada o insuficiente durante este período puede
tener efectos negativos permanentes sobre el desarrollo mental de un niño.
Mientras
que un bebé a término promedio duplica su peso natal en torno a los 4 meses y
lo triplica en torno al año, los niños con retraso del crecimiento no alcanzan
estos hitos evolutivos. A veces, un niño que empieza siendo rollizo y que da
muestras de estar creciendo con normalidad puede empezar a ganar peso con mayor
lentitud. Al cabo de un tiempo, el aumento de estatura también se hará más
lento o se estancará.
Si
el retraso de crecimiento progresa, un niño desnutrido puede:
Perder
el interés por su entorno
Evitar
el contacto ocular
Volverse
irritable
No
alcanzar los hitos evolutivos, como sentarse, andar o hablar, a las edades
habituales.
¿Qué puede causar un
retraso del crecimiento?
El
retraso del crecimiento puede ser el resultado de un amplio abanico de causas
subyacentes. Algunos niños presentan retraso del crecimiento debido a:
Factores sociales. En algunos casos, los médicos no
logran identificar ningún problema médico, pero constatan que, de hecho, son
los padres quienes están provocando el retraso del crecimiento. Por ejemplo,
algunos padres restringen inadecuadamente la cantidad de calorías que dan a sus
hijos. Pueden temer que su hijo engorde demasiado y le hacen seguir una dieta
restrictiva similar a la que siguen ellos. También puede ocurrir simplemente
que no alimenten suficientemente a su hijo, bien por falta de interés o porque
hay demasiadas distracciones en casa, lo que contribuye a que desatiendan al
niño. Vivir en la pobreza también puede conllevar la incapacidad de colmar los
requerimientos nutricionales del niño.
Trastornos de sistema
digestivo, como el
reflujo gastroesofágico, la diarrea crónica, la fibrosis quística, la
hepatopatía crónica y la enfermedad celíaca. A los niños que tienen reflujo, el
esófago se les puede irritar tanto que acaban rechazando comer porque les duele.
La diarrea persistente puede interferir con la capacidad del cuerpo para
retener y aprovechar los nutrientes y calorías ingeridos.
La
fibrosis quística, la hepatopatía crónica y la enfermedad celíaca son
trastornos que limitan la capacidad del cuerpo para absorber nutrientes. Se
conocen como trastornos de malabsorción -el niño puede comer mucho, pero su
cuerpo no es capaz de retener y absorber suficientes nutrientes. La enfermedad
celíaca está provocada por la sensibilidad a una proteína contenida en el trigo
y otros cereales. La respuesta anómala del sistema inmunitario a esta proteína
lesiona las mucosas que recubren el interior de los intestinos, interfiriendo
con su capacidad para absorber nutrientes.
Una enfermedad o
trastorno médico crónicos.
Si un niño tiene dificultades para comer -porque es prematuro o porque tiene
fisura palatina, por ejemplo- no podrá ingerir suficientes calorías para crecer
con normalidad. Los trastornos cardíacos, endocrinológicos y respiratorios
también pueden provocar un retraso del crecimiento. Estos trastornos pueden
incrementar las necesidades calóricas del niño, resultando difícil colmarlas
completamente.
Intolerancia a la
proteína de la leche.
Este trastorno puede dificultar la absorción de nutrientes hasta que se
diagnostique. Puede obligar a excluir de la dieta un grupo entero de alimentos,
restringiendo la dieta del niño y desembocando ocasionalmente en un retraso del
crecimiento.
Infecciones (parásitos, infecciones del aparato
urinario, tuberculosis, etc.) Al plantear importantes demandas energéticas al
organismo, las infecciones obligan a utilizar los nutrientes rápidamente,
pudiendo también repercutir negativamente sobre el apetito y provocando a veces
retrasos del crecimiento de breve o larga duración.
Trastornos metabólicos, que también pueden limitar la
capacidad del niño para aprovechar las calorías ingeridas. Los trastornos
metabólicos dificultan la descomposición, procesamiento y/o obtención de
energía de los alimentos, o pueden provocar una acumulación de toxinas durante
el proceso de descomposición, lo que puede motivar que el niño coma poco o
vomite lo que come.
En
algunos casos, los médicos no pueden identificar una causa específica.
Aunque
antiguamente los médicos tendían a categorizar los casos de retraso del
crecimiento como de origen orgánico (provocados por un trastorno o problema
médico subyacente) o de origen en su entorno (provocados por el comportamiento
de los cuidadores y/o padres), hoy en día son menos proclives a hacer
distinciones tan tajantes. Ello se debe a que las causas médicas y las
conductuales o sociales a menudo actúan conjuntamente.
Por
ejemplo, si un bebé tiene un fuerte reflujo gastroesofágico y es reticente a
mamar del pecho o a tomar el biberón, los momentos de las tomas pueden acabar
resultando sumamente estresantes para el cuidador. Este puede acabar poniéndose
tenso y sintiéndose frustrado ante la idea de tener que alimentar al bebé, y
esto puede dificultar que le administre cantidades de alimento adecuadas.
¿Cómo se diagnostica?
Muchos
bebés completamente normales atraviesan breves períodos de tiempo en que su
ganancia de peso se estanca, o incluso pueden llegar a perder un poco de peso.
No obstante, si un bebé no gana peso durante tres meses consecutivos durante el
primer año de vida, los médicos se suelen empezar a preocupar.
Los
pediatras diagnostican el retraso del crecimiento utilizando unas tablas de
crecimiento estándar donde ubican el peso del niño, su estatura y su perímetro
craneal, medidas que se toman en las revisiones pediátricas rutinarias. Los
niños que están por debajo de determinado valor de peso teniendo en cuenta su
edad o que no están ganando peso al ritmo esperado serán evaluados más a fondo
para determinar si tienen algún problema.
Junto
con una exploración médica completa y la elaboración de la historia médica y
alimentaria del niño, es posible que el pediatra solicite que le hagan un
hemograma completo y un análisis de orina, así como determinaciones de la
concentración de varias sustancias químicas y electrolitos en sangre y otros
fluidos corporales que pueden ser útiles para detectar posibles problemas
médicos subyacentes. Si el médico sospecha que el niño puede padecer una
enfermedad o trastorno en concreto, le mandará pruebas específicas adicionales
a fin de corroborar o descartar sus sospechas.
Para
determinar si el niño está ingiriendo suficiente alimento, el pediatra (tal vez
con la ayuda de un dietista) llevará a cabo un cómputo de las calorías que
ingiere el niño después de preguntar a los padres lo que come su hijo cada día.
El hecho de hablar con los padres puede ayudar a identificar los posibles
problemas que tengan en casa, como la desatención, la pobreza, el estrés o las
dificultades a la hora de alimentar al bebé.
¿Cómo se trata?
Los
niños con retraso del crecimiento necesitan tanto la ayuda de sus padres como
la del pediatra. En algunos casos, un equipo médico completo trabajará en el
caso del niño.
Aparte
del pediatra o del médico de familia que lleve habitualmente al niño, el equipo
puede incluir a un nutricionista para evaluar las necesidades dietéticas del
niño y a un terapeuta ocupacional o un logopeda para ayudar al cuidador y al
niño a desarrollar unas conductas alimentarias eficaces y solucionar cualquier
problema de succión o de deglución que pueda tener el niño. Los terapeutas
ocupacionales y los logopedas suelen ser de gran ayuda debido a sus
conocimientos sobre el control muscular implicado en la ingesta de alimentos.
Puesto
que el tratamiento del retraso del crecimiento supone tratar cualquier
enfermedad o trastorno que esté provocando el problema, especialistas como el
cardiólogo, el neurólogo o el gastroenterólogo también pueden formar parte del
equipo.
Sobre
todo en aquellos casos de retraso del crecimiento que se cree que están
provocados por el comportamiento de los padres o cuidadores, un trabajador
social y un psicólogo, u otro profesional de la salud mental, pueden ayudar a
afrontar los problemas que haya en el entorno familiar del niño y proporcionar
la guía y el apoyo necesarios.
A
menudo, en los casos en que el niño se está alimentando inadecuadamente o de
forma insuficiente, el tratamiento se puede aplicar en casa, con frecuentes
visitas de seguimiento a la consulta del pediatra. Este recomendará alimentos
de alto contenido calórico o, si se trata de un lactante, le mandará una leche
artificial rica en calorías.
Los
casos de desnutrición más graves pueden requerir alimentar al niño a través de
una sonda nasogástrica, un tubito que se introduce por la nariz y que llega
hasta el estómago. A través de la sonda se administra alimento en estado
líquido a un ritmo regular. Una vez colocada la sonda, el alimento se suele
administrar por las noches para que no interfiera con las actividades del niño
ni limite sus ganas de comer durante el día. (Aproximadamente la mitad de las
necesidades calóricas de un niño se pueden colmar por la noche a través de un
goteo continuo.) En cuanto el niño esté mejor alimentado, se encontrará mejor y
probablemente empezará a comer él sólo, momento en que se podrá retirar la
sonda nasogástrica.
Un
niño con un retraso del crecimiento extremo probablemente tendrá que ser
hospitalizado para poderlo alimentar y controlar continuamente. Durante el
tiempo que permanezca en el hospital, se podrán evaluar y tratar adecuadamente
las posibles causas subyacentes al trastorno. Esto también proporcionará al
equipo sanitario la oportunidad de observar de primera mano la técnica de
alimentación de los cuidadores y las interacciones entre estos y el niño durante
las sesiones de alimentación y en otros momentos.
La
duración del tratamiento varía considerablemente de un caso a otro. Ganar peso
requiere un tiempo, de modo que es posible que tengan que pasar varios meses
antes de que el niño alcance el peso esperable en función de su edad. Los niños
gravemente desnutridos que deben ser hospitalizados pueden tener que pasar de
diez a 14 días en el hospital o incluso más para lograr una ganancia de peso
satisfactoria, pero pueden transcurrir muchos meses hasta que desaparezcan por
completo los síntomas de desnutrición. El retraso del crecimiento provocado por
una enfermedad o trastorno crónico es posible que deba controlarse
periódicamente y tratarse durante más tiempo, tal vez incluso de por vida.
¿Tiene mi hijo un retraso del crecimiento?
Si
le preocupa que su hijo no esté creciendo con normalidad, recuerde que, aparte
del retraso del crecimiento, hay muchas otras razones por las que puede estar
ganando peso más lentamente. Por ejemplo, los bebés alimentados con leche
materna a menudo ganan peso más despacio que los alimentados con leche
artificial durante el período neonatal.
La
genética también desempeña un papel importante en la ganancia de peso, de modo
que, si usted y su pareja son de constitución delgada, es posible que su bebé
no gane peso tan deprisa como otros bebés de su edad. De todos modos, los
lactantes deberían ir ganando peso regularmente, algo que puede ser difícil de
controlar desde casa. De ahí la importancia de llevar al bebé al pediatra
regularmente para que lo pese en cada revisión.
Como
pauta general, durante las primeras semanas de vida los bebés se alimentan de
ocho a 12 veces en cada período de 24 horas (ingiriendo unos 60 ml de leche
cada dos o tres horas). Cuando tienen entre dos y tres meses, el número de
tomas ha descendido a entre seis y ocho, pero la cantidad de leche que ingieren
en cada toma ha aumentado. Con cuatro meses, entre 875 y 900 ml de leche al día
proporcionan suficiente alimento a la mayoría de bebés alimentados con leche
artificial.
El
pediatra de su hijo tendrá multitud de oportunidades para identificar cualquier
problema que pueda tener su hijo en las revisiones o chequeos periódicos que le
vaya haciendo. Usted también puede controlar periódicamente el peso de su hijo
en casa, si eso le ayuda a tranquilizarse.
¿Cuándo debería llamar al pediatra?
Si
usted se da cuenta de que su hijo ha dejado de ganar peso como lo estaba
haciendo hasta ahora, ha perdido peso o parece tener menos apetito, póngase en
contacto con el pediatra. Cualquier cambio importante en el patrón de
alimentación de su hijo merece una llamada al pediatra. Los niños de entre uno
y tres años o de más edad pueden tener días y a veces semanas en que muestran
escaso interés por la comida, pero esto no debería ocurrir en los lactantes.
Si
tiene dificultades a la ahora de alimentar a su bebé, el pediatra podrá darle
algunas pautas. Por alguna razón, cuando un niño no está comiendo bien, los
padres tienden a sentirse frustrados y a pensar que no están cuidando bien de
su hijo. Esto puede magnificar el problema y aumentar el estrés tanto para usted
como para su hijo. En lugar de dramatizar la situación y dejarse dominar por la
frustración, ayude al bebé y ayúdese a sí mismo consultando al pediatra.
Actualizado
y revisado por: Steven
Dowshen, MD

No hay comentarios:
Publicar un comentario